COSAS QUE PASAN

19/12/13

Feliz Navidad

Se aproxima la Navidad y entramos en ese tiempo muerto en el que parece que todo se para o el mundo se vuelve distinto.

Esto de los momentos del año, que son "rito de paso", como dicen los antropólogos, que sirven para darnos un respiro o entrar en la ritualización de un "tiempo nuevo", sin duda tienen una función social, con independencia de cual sea el clima social que impere y como ande la Bolsa en esos momentos, o como estén nuestros bolsillos.

Por seguir recordando cosas de la antropología, recordaré que el rito es la actualización del mito. Y, sin duda, la Navidad es un momento, un tiempo social, que se caracteriza por estar cargada de ritos.

Ritos que afectan a nuestros cambios de hábitos en estas fechas: comidas y cenas de trabajo, con amigos, con conocidos que habitualmente no vemos, etc. Propensión a consumir: cosas (en forma de regalos), alimentos (es momento de comer más y comer otros alimentos, siempre que la economía lo permita), afectos (hay que estar con los tuyos, te guste o no), estados de ánimo (alegría o melancolía y tristeza, depende de la situación de cada cual), etc.

Es un período marcado por cierta tendencia al exceso, a sentir que hay que vivir estos días con intensidad, a socializarse por todo lo que no te has socializado durante el resto del año, a vivir a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo y a los conocidos, de un modo más próximo.

Por supuesto que, además de las prácticas sociales, estos días tienen un significado religioso para los cristianos. Lo de además es una incorrección mía, pues pareciera que es algo subordinado o un efecto colateral; siendo, por el contrario, su sentido religioso el origen y señas de identidad de la Navidad. Aunque es cierto que casi todas las celebraciones y fiestas existentes tienen un motivo sagrado. Es más, aquellas que no lo tienen, si nos fijamos con detenimiento lo que se celebra, es porque se ha impregnado de una cierta sacralidad eso profano que es digno de un tiempo especial.

Y así, ocurre de nuevo que estamos en una nueva Navidad, repitiendo ritos, actualizando mitos, entrando en un nuevo tiempo muerto, "tiempo sacro", tiempo festivo, que sirve, al margen, o además, de su sentido religioso, para cambiar hábitos, romper inercias, reencontrar espacios externos e internos que en la vorágine diaria pueden estar medio fosilizados y, que no falte, la llegada de las promesas para el futuro.

Es curioso esto, porque aunque luego no hagamos nada de lo que nos prometemos hacer, sin duda tiene un cierto efecto catártico, tanto social como personal, y opera como desintoxicación de todos aquellos tóxicos que llevamos incorporados en nuestra vida cotidiana. Es como una cierta forma de sentir que ponemos el contador a cero. Y, claro, aunque luego sigamos con lo de siempre, al menos por un tiempo hemos sentido la ilusión de cambio en nuestras vidas, lo cual ya tiene en sí mismo un cierto efecto balsámico y de desahogo. Vamos, que aporta sensación de ingravidez.

A mí me gustaría que fuese una Navidad que llegase a todo el mundo, que realmente significase un cambio, para bien, por supuesto, que nos permitiera echar al cubo de la basura todo lo que nos llega de amargura y de sufrimiento, que desechásemos de nuestras vidas y nuestro entorno la desconfianza y fuésemos más próximos con nuestros próximos, pero no desde un sentimiento obligado o impostado, sino desde el convencimiento de que es lo mejor para mí y para el otro, de que mirásemos nuestros miedos con menos miedo, de que rompiésemos clichés y estereotipos que tenemos en nuestro mundo de confort, que hace que sea tan poco confortable en realidad (aunque no lo sepamos). En definitiva, que este período de tránsito, que implica cualquier "tiempo de paso", fuese un momento para iniciar un cambio real en lo personal y en lo social.

Bueno, ya sé que esto pertenece al mundo de los sueños. Pero soñar, al menos soñar, aún es gratis. 
Feliz Navidad. 

11/12/13

La gestión del miedo

Hay un miedo natural, funcional, que surge ante un peligro externo. Se trata de una emoción adaptativa que tenemos y que nos resulta útil para la supervivencia. Nos sirve para anticiparnos y superar el peligro real que se nos presenta.

Sin embargo, existe otro tipo de miedos que guarda relación con nuestro modo ver, interpretar y posicionarnos ante nuestro entorno y, en última instancia, ante nosotros mismos. Se trata de un miedo que no está ajustado al hecho o causa que lo produce. Es, por tanto, un miedo que nace, se consolida y retroalimenta en nuestro interior.

Éste segundo tipo es al que quiero referirme aquí. Es fuente de un plus de sufrimiento gratuito y, sobre todo, representa un obstáculo para nuestro vivir y relacionarnos con nuestro entorno y con nosotros mismos.

Existen dos miedos básicos, que tienen una estrecha conexión con otros dos más profundos, que son:
  • El miedo al fracaso, ya sea a no conseguir lo que se desea o a perder lo conseguido.
  • El miedo al rechazo: no ser querido, aceptado, valorado, reconocido, etc.
Ambos, como antes decía, tienen una vinculación estrecha con: el miedo a ser como soy, es decir, a ser yo mismo; y el miedo a ser libre, es decir, a enlazar con mis deseos, con lo que yo quiero, y traducirlos en actos de vida.

Sea cualesquiera las causas del miedo, el primer paso para poder manejarlo es ser consciente, tomar conciencia y consciencia de que está, de los efectos que tiene sobre nosotros y, si es posible, de las causas que lo generan. 

Ser consciente y ensanchar nuestra consciencia es el primer peldaño para poder manejarlos, canalizarlos y gobernarlos; de tal modo, que no sean ellos los que nos gobiernen a nosotros. Mirar nuestros miedos cara a cara, es, a su vez, el primer paso para mirarnos a nosotros, no al personaje que hemos creado y alimentado, sino a quien soy yo.

A partir de quien soy yo y cómo soy yo, cuales son mis deseos y el sentido (valor) que tienen para mí las cosas, cómo trazar y realizar el camino hacia lo que quiero conseguir, con quien/quienes deseo hacerlo, y ponerme a ello. 

El miedo al que he venido refiriéndome siempre surge en el plano del pensarse, y se disuelve en plano del vivir y vivirse. La vida no entiende de miedos, es nuestro modo de percibirla y pensarla la que lo incorpora.




9/12/13

Discurso social vs. práctica social

Escuchando y leyendo lo que se dice sobre la situación socio-económica y política que acontece, veo que hemos entrado en un terreno francamente pantanoso.

Me explicaré. Estamos en un proceso de descomposición social vertiginosa, donde cada vez hay más bolsas de pobreza a la vez que hay un núcleo de ciudadanos minoritario que incrementa su riqueza y, lo que es más grave, ahonda su diferencia con respecto a los grupos sociales más desfavorecidos.

Este hecho fragmenta y descohesiona el tejido social, inaugurando un sendero de anomia social.

En paralelo, se genera y fomenta un discurso dominante tendente a eliminar al sujeto(s) causante de esta situación, y se habla de ciclos, de mercado; es decir, de enunciados donde el sujeto de la enunciación no está, no existe o no es posible concretarlo en ningún individuo, grupo o institución

Asimismo, crece un estado de opinión, apuntalado por un grupo de voceros del statu quo (muchos no saben que cumplen esa función), que se empeñan en centrar la solución exclusivamente en cambiar el estado de ánimo de las personas como fórmula demiúrgica para la salvación. De paso, con ello hacen caer la responsabilidad del "statu quo" socio-económico en los individuos que padecen la situación y de la que no son en absoluto responsables.

Además, hay una tendencia muy asentada en la población, que considera que "las cosas se solucionan con el tiempo" o son otros los que han de solucionarlo. Por cierto, que esto último es sin duda sobre todo tarea de otros, de los que tienen más responsabilidad, pero lo que no se percibe, ni se entiende aún del todo, es que a todos nos toca asumir la nueva realidad si queremos salir adelante, y eso pasa inevitablemente por introducir cambios en nosotros.

Unido a todo ello, se dice también que esta crisis es consecuencia de una crisis de valores. Y sin duda lo es,pero no sólo. Además, cualquier crisis también lo es de valores. Pero pareciera que es algo malo cuando se afirma esto, y no tiene por qué ser así. Es más, en concreto en esta situación creo que la crisis de valores ha sido una consecuencia y no la causa, pero ese es un tema que habrá que dejar que el tiempo transcurra para poder analizarlo con mayor perspectiva.

Por último, hay algo que es lo que me parece más preocupante de todo. Cuando se lanzan pronósticos sobre el futuro, o se "detectan síntomas de final de la crisis", me consta que obedece a una pura cosmética, que consiste en coger datos aislados, y forzarlos para que encajen con un deseo que se consolide como un estado de opinión, pero no conozco aún ningún informe realmente riguroso que permita avalar algo así. En ese diseño cosmético se magnifican datos, que ni siquiera se sabe si son coyunturales o estructurales, pero se les señala como inicio de cambio de tendencia.

En definitiva, hay una saturación de "lugares comunes" con la pretensión de elevarlos a categoría de ciencia o de descubrimiento relevante. Estamos aún en el magma de la confusión, propio de todo proceso de transformación social y económica.

Sería muy necesario que centráramos nuestra atención, como ciudadanos, en observar las prácticas sociales que se derivan de los discursos que circulan. Es decir, ver qué grado de correspondencia hay entre los "decires", los "haceres" y las representaciones simbolico-sociales que se configuran. Si se constata que las diferencias entre esos planos existe, incluso que hay divergencias significativas entre ellos, sería tal vez deseable analizar en qué consisten, y que, posteriormente, tras conocerlas tornásemos nuestro mirada personal y colectiva hacia una ética de bienes, superando (e incluyendo) la ética de valores, que tantos problemas y conflictos ha acarreado a la historia de la humanidad.

5/12/13

Razón vs. realidad

La modernidad inaugura la escisión en una dualidad semántica: Dios-hombre, razón-fe, Estado-sociedad, sagrado-profano, real-imaginario, mundo material-mundo simbólico, consciente-inconsciente, individuo-sociedad, naturaleza-cultura, yo-el otro, ciencia-magia, determinación-indeterminación, ciencia-arte, real-ideal, sujeto-objeto...


El decurso de la modernidad ahonda en los pares semánticos. Su proceso se va configurando en un sistema que genera contradicciones importantes entre los ámbitos del pensar y del actuar, de manera que existe una fractura entre ambos cuya sutura se realiza, en gran medida, mediante el extrañamiento de lo real: el hombre accede a lo real básicamente desde el ámbito del pensar y no desde el experiencial. Esto es así debido a la preeminencia de lo simbólico sobre lo real.

Esta dualidad, sobre la que se han asentado las bases de nuestro mundo moderno, y todos los post que le queramos añadir, es la matriz de nuestra forma  de percibir, entender, interpretar y relacionarnos con la realidad y con nosotros mismos. Sobre ella se genera una grieta que no podemos suturar, ya que es la razón la herramienta que utilizamos para intentar hacerlo, y es esa razón la que alimenta, en su seno, la propia escisión.

Abordar y solucionar esto no es ni tarea fácil ni tiene corto recorrido. Pero, mientras llega la solución, es conveniente ser consciente al menos de que esa dualidad pertenece a nuestro abordaje del proceso de percibir y conocer, tal y como hoy lo hacemos, no al plano de eso que llamamos realidad.

2/12/13

Cultura empresarial y excelencia

Existe una línea de unión poco visible, pero sin duda fuerte, entre la cultura empresarial de las organizaciones y su nivel de excelencia. Asimismo, hay una clara correlación entre la excelencia y el éxito.

Sin embargo, en estos momentos en los que el retorno inmediato de resultados es lo que prevalece, parece que esa ecuación (cultura empresarial/excelencia/éxito) no existiera.

Es cierto que nuestro país se ha caracterizado por tener una escasa cultura empresarial, con algunas notables excepciones. Ello obedece, entre otras razones, al nivel de formación de nuestro tejido empresarial, al predominio de empresas familiares, al sentido paternalista que muchos empresarios tienen con sus empleados y y a la creencia de que el éxito se consigue a base de ser más "listo" que los demás. También es verdad que afortunadamente esta tendencia está cambiando, pero aún muy lentamente.

Tal vez, si hiciésemos un estudio sobre el nivel real de conocimiento que tienen nuestros empresarios sobre lo que es la cultura empresarial y lo que implica prestarle atención y cuidado de cara a la obtención de resultados, nos sorprenderíamos de la escasa información e interés que existe.

Pero, lo que me resulta más preocupante en estos momentos es el discurso muy enquistado que existe al respecto en el seno de las organizaciones empresariales. Dicho discurso se centra en considerar que ahora todo lo que se relaciona con atender a aspectos intangibles, cuyo retorno no sea inmediato, es percibido como un gasto (no una inversión) y, además, como un gasto inútil. Insisto que no refleja a muchas empresas, pero aún es un planteamiento muy extendido, demasiado extendido.

Es, además, una idea que tiene su base de apoyo fundamental en la situación de la cuenta de resultados que arrojan la mayoría de las organizaciones. Y, sin duda, éste es un obstáculo muy importante.

Pero a veces se olvida algo fundamental. En este nuevo escenario en el que estamos, donde la competitividad es brutal, en el que las fronteras ya no cuentan, la mejor manera, y creo que la única, de poder ser competitivos y "tener éxito" es apoyarse en una cultura empresarial bien definida, que prime la excelencia.

Para conseguir acceder a la excelencia han de darse estos requisitos básicos:

  • Apostar por una política basada en I+D+I. Eso implica saber transformar la información en conocimiento para la empresa, desarrollar dicho conocimiento y que ello se traduzca en retorno de posibilidades de inversión.
  • Tener una comunicación claramente definida y ejecutada(tanto interna como externa), basada en la transparencia, en el conocimiento de nuestro target objetivo, en el compromiso con dicho target (sus necesidades y demandas), en una política de RRHH que fomente la motivación y el compromiso de los empleados, que los conozca y los "cuide", que éstos sean auténticos embajadores de los valores y la misión de la empresa, y que dicha empresa disponga de una estructura organizativa y funcional idónea.
  • Por último, dotar de una personalidad definida y concreta a nuestro producto/marca, que le diferencie de la competencia, y que esa diferenciación sea generadora de valor en la cadena de valor.

Sin duda, se podrían señalar muchos más aspectos, pero considero que éstos son básicos para poder encaminarnos a la excelencia.


¿Por qué centrarme en la excelencia, ahora que parece que la competitividad viene casi exclusivamente por vía precio? Sencillamente porque estoy convencido que las empresas que ofrezcan calidad (calidad global), que sepan anticiparse a las demandas y necesidades de los clientes y del target potencial, que sepan visibilizarse y empatizar con su entorno, y que mantengan una actitud de sensibilidad social, si consiguen todo ello, el precio no será el motor de posicionamiento fundamental.