COSAS QUE PASAN

6/12/12

SOBRE LA CONDICIÓN HUMANA

¿De qué va esto?. Las cañerías del sistema se han atascado y el hedor empieza a emerger por el aire. Ya no hay forma de parar el reconocer que estábamos asentados sobre un modo de producción (k. Marx dixit) estructuralmente injusto.
No, no se trata de buscar chivos expiatorios, ni de culpabilizar a personas concretas, que haberlas haylas; se trata de que ahora somos más conscientes, vamos, que nos damos cuenta de que estábamos asentados sobre un modelo basado en la desigualdad como requisito básico para su mantenimiento y reproducción.
Y todo esto por qué ahora: pues sencillamente porque se han desenmascarado los relatos, que el sistema generaba y alimentaba constantemente, como consecuencia de la quiebra del mismo. Uno de ellos, por poner tan solo uno, es que la libertad y la democracia ha de ir asociada inevitablemente al modelo económico de mercado libre, mejor dicho libérrimo. Tan es así que hemos creído y participado en esta fábula que hemos vivido tras la iconografía y los valores que ello comporta: el desarrollo del individualismo insolidario, tras el camuflamiento retórico de la obtención de acceso a determinados estilos de vida y de que la consecución de un status económico placentero es tan solo cuestión de la acción de uno mismo.
Pero el modelo tenía, y aún tiene mientras dure, una estructura y una lógica implacables. Una de las fundamentales es que el mantenimiento de estándares de bienestar de determinadas sociedades y grupos sociales solo es posible conseguirlo en base a que existan otras sociedades y grupos sociales instalados en el malestar. Claro que no es ineludible que sea así, pero sí lo es dentro del sistema capitalista. Por cierto, palabra esta casi en desuso por sus connotaciones ideológico-políticas y, por tanto, mal vista y sospechosa.
Hasta que el sistema empezó a “hacer aguas”, todos, o al menos una gran mayoría, participamos en el juego y nos creímos la historia, porque era un relato que funcionaba, al menos en nuestro “primer mundo”. Además, se apoyaba y alimentaba de una liturgia coherente: en nuestro caso “España va bien”, crecíamos económicamente, teníamos, y tenemos, una democracia, aumentan los indicadores de bienestar social, etc.
Vamos, que había toda una serie de hechos que legitimaba la liturgia y potenciaba el relato mítico-simbólico del sistema.
Ahora, cuando vemos lo que está pasando, y que los mentores del modelo se empeñan en contar otra historia, nos damos cuenta de que lo que siempre ha pasado, y hemos dejado pasar, nos molesta, nos irrita, y ello deviene en eso que los pedantes llaman deslegitimación y pérdida de credibilidad de determinadas instituciones y estamentos que resultaban intocables y en estos momentos están bajo sospecha.
Por tanto, lo que quiero remarcar aquí es que todos somos responsables en alguna medida de haber mirado para otro lado mientras nos iban bien o razonablemente bien las cosas; si bien es cierto que no todos lo somos en la misma medida, claro está. Unos lo somos simplemente por dejar hacer y beneficiarnos y otros por apropiarse, a costa de terceros, ilegítima e indecentemente, que no ilegalmente, de la mayor parte de la tarta; y también tienen un altísimo grado de responsabilidad los creadores y los  voceadores del discurso/relato socialmente dominante y los vendedores de las fábulas que movilizaban en nosotros el deseo compulsivo de ir tras quimeras inalcanzables e irrealizables, como pensar y sentir que el acceso  a determinado tipo de consumo enlaza con la felicidad.
Así como el significado de  persona era para los griegos máscara (proposón), personaje, hoy asistimos al desmantelamiento de la máscara tras la que se ocultaba el sistema y los individuos que lo controlaban/controlan y lo fomentaban.
Lo que también quiero poner de manifiesto es que lo que está sucediendo tiene aspectos, al menos desde mi punto de vista, muy positivos. El relato apoyado en fabulaciones se desmorona, pierde credibilidad, ya no lo creemos, y ahora lo que toca es empezar a generar una nueva narración basada en aspectos más veraces, más justos y más solidarios, pero desde principios de libertad real y desde una base mucho más horizontal, rompiendo la verticalidad que nos obligaba a la obediencia y la sumisión. Es decir, puede ser la hora de que seamos más libres y responsables (en el sentido de responder, de dar respuesta a lo que sucede y nos sucede).
Claro que no estoy del todo convencido de que respondamos desde la libertad. Viejo problema este de la libertad, ya que actuar desde ella de manera auténtica sabemos que comporta miedo, tenemos miedo a ser libres, preferimos ser domeñados y domesticados, eso sí con amabilidad, por los otros, que sean los otros los que nos digan qué hemos de hacer, cómo hacerlo, que nos señalen el camino, que nos den el recetario de lo que es bueno y malo, lo que es correcto e incorrecto, que nosotros tan solo apliquemos los dictámenes ya establecidos. Toda acción libre implica decidir por nosotros mismos y desde nosotros mismos, y eso siempre nos saca de nuestra zona de confort y nos sitúa ante un posible rechazo de los demás. Es el secular tema del amo y el esclavo, que tan bien desarrolló primero Nietzsche y posteriormente Foucault, donde para que existan amos ha de haber alguien que se preste a ser esclavo.